Fin último,
felicidad y racionalidad.
Si una persona tiene hambre, pasa
directamente a la acción de comer. Si tiene frío, se pone ropa de abrigo; si
tiene calor, busca un lugar resguardado del sol. Si, en cambio, está
globalmente descontenta de la vida que lleva, la única acción disponible para
tratar de poner remedio a la situación es pensar, razonar, preguntarse qué es
lo que en el fondo quiere y no está consiguiendo hasta ahora. Pensar, razonar,
plantearse preguntas son modos de búsqueda racional, y la búsqueda racional es
siempre búsqueda de la verdad; en este caso, búsqueda del verdadero bien
humano. El hambre, el frío, el calor y otras cosas por el estilo son señales
que nos indican necesidades de una o varias tendencias particulares, cuyos
fines nos resultan perfectamente conocidos, por lo que es bien sencillo saber
lo que se ha de hacer para satisfacerlas. El descontento global, por el
contrario, no nos señala la frustración de una o varias tendencias
particulares, sino la insatisfacción de la aspiración natural a la felicidad.
El hecho de que esta insatisfacción desencadene un proceso de búsqueda racional
manifiesta simplemente que la aspiración a la felicidad está radicada en la
voluntad, es decir, en el aspirar que sigue a la razón y que como ésta tiene
una amplitud virtualmente infinita.
La felicidad es una aspiración (una
«necesidad», si se quiere) propia y exclusiva de la vida racional. Es un deseo
razonable que sólo podrá ser satisfecho razonablemente, de acuerdo con la
razón.
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