La felicidad
perfecta del hombre
Sto. Tomás sostiene que el hombre, y
cualquier ser dotado de inteligencia, sólo se aquieta en la visión de la
esencia divina. Por visión de la esencia divina se entiende que el
entendimiento conozca a Dios «a través de la misma esencia de Dios, de modo que
en tal visión sea la esencia divina la que se ve y también el medio por el que
se la ve»; no se habla, por tanto, de un conocimiento alcanzado a través de
conceptos o ideas creadas ni tampoco del conocimiento proporcionado por la fe
religiosa. Para el Aquinate ésta es una tesis filosófica, fundamentada en la
naturaleza de la inteligencia. Pero a la vez sostiene que el hombre y cualquier
ser inteligente creado no puede alcanzar la visión de la esencia divina por sus
propias fuerzas naturales. Los textos tomistas muestran con claridad que ambas
tesis deben ser afirmadas simultáneamente.
Se puede hablar de felicidad perfecta
cuando no queda nada que desear y buscar. Puesto que el objeto de la
inteligencia es conocer la esencia de las cosas, la inteligencia que conoce la
existencia de algo sin conocer su esencia no se aquieta hasta que no llega a
conocer la esencia. Por eso en el hombre que conoce la existencia de Dios a
través de sus efectos existe un deseo natural de conocer la esencia de Dios.
Dicho más brevemente, «nada finito puede apaciguar el
deseo del entendimiento». «Nosotros, por más que sepamos que Dios existe [...]
no descansamos en el deseo, sino que deseamos ulteriormente conocerle por
esencia». A la vez el Aquinate afirma claramente que «no es posible que ningún
ser creado pueda alcanzar por su propia virtud aquel modo de visión divina» 82,
sino que «es preciso que el entendimiento creado sea elevado por alguna
influencia de la divina bondad a tan excelsa visión» 83, en la que «serán
colmados todos los deseos del hombre».
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