Tema 2.4.3




Fin último y vida moral

Santo Tomas de Aquino  sostiene que, según el amoroso designio por el que Dios destina al hombre a la felicidad perfecta, entre el contenido de la felicidad imperfecta (la vida ordenada según las virtudes) y el de la felicidad perfecta existe una conexión esencial, en cuanto que la primera constituye ya en sí misma una participación e incoación de la segunda y esta última es la culminación de aquélla.
Puesto que la felicidad perfecta es el único bien perfecto del hombre en cuanto éste es un ser dotado de inteligencia, Tomás de Aquino ve la razón como el anillo de conjunción entre Dios y el hombre, aunque el hombre puede interpretar también la consistencia natural de la razón como un fundamento para considerarse autónomo y autosuficiente, emancipándose de Dios. 
Los preceptos morales contienen lo necesario para que se consolide el natural orden de la razón hacia el fin último (la visión de Dios, felicidad perfecta), y para que la razón guíe según ese orden las acciones y pasiones humanas (virtudes morales), de manera que el hombre no se aparte de su camino hacia la visión de Dios a causa de un comportamiento errado ante los bienes finitos.
La esencia de la rectitud moral es el amor (la caridad), y las virtudes se pueden ver, con San Agustín, como formas o aplicaciones del amor: la templanza es el amor que se entrega totalmente a lo que ama; la fortaleza es el amor que soporta todo fácilmente por aquello que ama; la justicia es el amor que sirve sólo al objeto amado y domina todo lo demás; la prudencia es el amor que discierne sagazmente lo que lo favorece y lo que lo obstaculiza. Tomás de Aquino dice algo semejante afirmando que la caridad es la forma de todas las virtudes, las cuales, sin el amor, no son virtudes perfectas.
En otros términos, las virtudes morales han de regular nuestras actividades, la posesión y el uso de los bienes humanos, las relaciones sociales, etc., de manera que el género de vida que llevemos realice de modo concreto la rectitud de la voluntad, y que nunca nuestra vida o alguna de nuestras acciones sean incompatibles con la dirección de la voluntad hacia el bien supremo, que es la visión de Dios.


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