Fin último y
vida moral
Santo Tomas de Aquino sostiene que, según el amoroso designio por
el que Dios destina al hombre a la felicidad perfecta, entre el contenido de la
felicidad imperfecta (la vida ordenada según las virtudes) y el de la felicidad
perfecta existe una conexión esencial, en cuanto que la primera constituye ya
en sí misma una participación e incoación de la segunda y esta última es la
culminación de aquélla.
Puesto que la felicidad perfecta es
el único bien perfecto del hombre en cuanto éste es un ser dotado de
inteligencia, Tomás de Aquino ve la razón como el anillo de conjunción entre
Dios y el hombre, aunque el hombre puede interpretar también la consistencia
natural de la razón como un fundamento para considerarse autónomo y
autosuficiente, emancipándose de Dios.
Los preceptos morales contienen lo
necesario para que se consolide el natural orden de la razón hacia el fin
último (la visión de Dios, felicidad perfecta), y para que la razón guíe según
ese orden las acciones y pasiones humanas (virtudes morales), de manera que el
hombre no se aparte de su camino hacia la visión de Dios a causa de un
comportamiento errado ante los bienes finitos.
La esencia de la rectitud moral es el
amor (la caridad), y las virtudes se pueden ver, con San Agustín, como formas o
aplicaciones del amor: la templanza es el amor que se entrega totalmente a lo
que ama; la fortaleza es el amor que soporta todo fácilmente por aquello que
ama; la justicia es el amor que sirve sólo al objeto amado y domina todo lo
demás; la prudencia es el amor que discierne sagazmente lo que lo favorece y lo
que lo obstaculiza. Tomás de Aquino dice algo semejante afirmando que la
caridad es la forma de todas las virtudes, las cuales, sin el amor, no son
virtudes perfectas.
En otros términos, las virtudes morales han de regular
nuestras actividades, la posesión y el uso de los bienes humanos, las
relaciones sociales, etc., de manera que el género de vida que llevemos realice
de modo concreto la rectitud de la voluntad, y que nunca nuestra vida o alguna
de nuestras acciones sean incompatibles con la dirección de la voluntad hacia
el bien supremo, que es la visión de Dios.
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